Santiago de Cuba es, desde hace mucho tiempo, una importante plaza de la gráfica en nuestro país. Varias generaciones de artistas vinculados de algún modo a la labor docente y al quehacer de los talleres existentes en la ciudad, han dejado una obra digna de ser reconocida en el devenir del grabado cubano.
Para el desarrollo de la manifestación, ha sido esencial, la labor desplegada por el Taller Cultural “Luis Díaz Oduardo”, espacio de creación y promoción del grabado, además fragua de grabadores.
Precisamente en sus predios se han formado los artistas que hoy confluyen en este proyecto.
La muestra ha sido el pretexto para que dos jóvenes artífices de la gráfica se reúnan para presentar una propuesta bi-personal desde una mirada individual, reafirmando el carácter gremial que ha distinguido la manifestación, para ella apuestan por la temática social mediante el manejo de técnicas como la litografía y la serigrafía y otros recursos como por ejemplo la instalación.
Jorge del Toro (el chino), se alista entre los que pretenden conquistar el espacio en pro de una gráfica “invasiva”, no reducida a la limitada bidimensionalidad del muro; pero en su caso este interés está asociado al tema que trata: la absorción del individuo por el fenómeno “mercado”.
Su obra resulta un comentario acerca de la relación entre el hombre y el consumo; así, expone el carácter voraz de un mercado que confirma, apresa y “atasca” al ser humano en sus propias adicciones. De algún modo somos lo que consumimos. El individuo es, además, seducido por los sentidos y el artista lo sabe.; aprovecha entonces las cualidades formales de algunos productos para atraer a los espectadores (consumidores), en esta suerte de juego con los otros. Muy a lo “Pop”, nos cuesta discernir entre el cuestionamiento y la apología, ambigüedad que hace más intensa e interesante su propuesta; un claro ejemplo de su postura resulta la obra titulada Primero de mayo en la que un refrescante y añorado líquido, de producción nacional, desfila a la par de sus posibles, enardecidos y asoleados productores ¿consumidores?. Un comentario situado, entre lo obvio y lo sutil, exige de un espacio también “abierto” de ahí que la sala deba transigir ante la irrupción de semejante desfile. Desde el punto de vista técnico, “El chino” aboga por las bondaqdes de la litografíia, trabajada con una “paciencia asiática” para lograr obras de gran formato a partir de la impresión sucesiva de la piedra en el mismo pliego del papel. Yuxtaponiendo cada estampado, construye una obra atractiva por el fácil reconocimiento de motivos que centran problemáticas latentes en la sociedad actual.
Finalmente, Hailen Kifle reafirma su interés por la figura humana, se regodea es esa enigmática belleza deudora de la deformidad apuntalada en la valiosa herencia de la grotesco-expresivo. La aplicación de la armonía análoga y la síntesis y simplicidad en el dibujo, fortalece su condición gráfica. Cada incidente es aprovechado en el enriquecimiento de un discurso que de repente pudiera parecernos nada hedonista, resultado de su manera no ortodoxa de asumir la serigrafía. Kifle maneja la técnica desde lo ancestral, la enfrenta como artesano que quiere extraer de ella una expresividad que quizás no le sea inherente y él se arriesga a insuflarle, a partir de nociones que recibe desde la raíz a golpe de intuición que se enmarida con su formación académica. Una mejor comprensión de esta idea sería posible si viéramos el proceso, el cómo lo logra, con procedimientos rudimentarios para salvar la inexistencia de los idóneos. Todo ello a merced de una vocación neofigurativa que pende, de esa preocupación eminentemente ontológica, distintiva del grabado cubano actual.
A estos trashumantes habrá que seguirlos muy de cerca, pues esto es solo el nuevo preámbulo de lo que está por venir….
Dr.C. Diana María Cruz Hernández
Profesora Titular
Departamento de Historia del Arte
Universidad de Oriente
21 de noviembre de 2014