La remembranza de la pintura matérica se entrevé en las propuestas de Julia Valdés, que rasga, hilvana, tachonea, agrega y se hunde en la profundidad de sepias, de interrogantes ontogénicas. El concepto de instalación se extiende en Alberto Lescay y permite la integración de múltiples objetualidades, no exime nada y su ambición de dominar la pintura también se entreteje en esta suerte de
bitácora-diario-crónica en que la vida transcurre a través del cúmulo de recuerdos. Nelson Domínguez atrae con una
Yemayá que asombra por la fuerza de la mancha de los azules, las texturas y la libertad ilimitada, donde se
conjuga la sensualidad con el rito. Las siluetas proféticas de Eduardo Roca Salazar armadas mediante latas desechadas son un ejemplo de la condición humana, del individuo sometido a un plano agreste.