El afán seductor por conquistar la pasión de la danza a través de la expresión artístico/plástica ha conmovido a no pocas figuras del arte moderno, cultores de numerosas manifestaciones como la pintura, la escultura, el dibujo o la fotografía.
Tal vez, no sea tan amplio el catálogo si buscamos desde la otra posibilidad, es decir: bailarines devenidos artistas plásticos, que conocedores del lenguaje danzario, se nutren de su propias experiencias asociadas a la pasión del cuerpo liberado para conquistar el espacio e intentar, a través de la creación plástica, expresar ese universo.
Este es el caso del artista Alberto Piloto Pedroso, (Camagüey, 1951). Graduado como bailarín de ballet clásico en su ciudad natal en 1976, décadas más tarde, al lesionarse la columna vertebral, abandona la escena y se sumerge definitivamente de manera autodidacta en las artes plásticas como vehículo para comunicar su espiritualidad creativa. Quehacer al que se dedica desde hace 35 años, en los cuales ha desarrollado un estilo de trabajo muy personal, apegado a los lenguajes del arte ingenuo o arte naif, para crear una obra multifacética construida con el empleo de disímiles técnicas artísticas y donde coexisten elementos signados por los recursos de lo real maravilloso con marcados atributos surrealistas.
Tal dualidad de desempeño artístico ha sido esencial en la vida de este creador, quien ha tenido la oportunidad de vivir dos vidas desde el arte, y ha obtenido en estas dos esferas, formidables resultados estéticos que han trascendido incluso las fronteras locales y nacionales, y le han hecho merecer criterios loables tanto por la crítica especializada como por el resto del público admirador de las artes.
Con toda esta doble vida creativa, Piloto se declara de profesión bailarín, y nos expresa:
“¿Por qué te digo que un bailarín? Porque fue lo que yo estudié. Yo la plástica no la estudié. Lo que yo hago, y estudié con un amor increíble fue el ballet. De lo único que yo sé, que puedo decir que yo soy: es un bailarín.”
No obstante esta autodefinición, estamos ante un artista que no solo hace uso del lenguaje de la danza y de las artes plásticas como áreas independientes. También ha logrado una fusión interdisciplinar rica y virtuosa de ambos universos, con lo cual no solo se confirma la interrelación de las artes en la construcción y expresión de todos los lenguajes artísticos. Además, en este caso, se nos revela una especial amalgama donde los límites conceptuales y creativos de cada profesión se desdibujan, se ensamblan con un acumulado cultural individual y resultan en una simbiosis muy singular.
Así, en esta propuesta expositiva, junto a la riqueza formal, la profusión de texturas y policromías, el artista nos obsequia originales interpretaciones de emblemáticas obras propias del repertorio clásico universal; se detiene en la anatomía del ballet, pasos, posturas que construyen un cuerpo artístico peculiar, flexible, con habilidades expresivas en la escena, poses con las que juega y recrea según su imaginario.
Nos sorprende, también, con su exquisita visión holística del ballet, la representación simbólica de ese mundo, en cuanto a riqueza espiritual, el virtuosismo, exuberante como la propia naturaleza o como expresión de identidad nacional y caribeña; y, por supuesto, enfatiza en la ética espiritual y entrega del artista de ballet, el sacrificio y la pasión, frente a la búsqueda de la fama y el éxito frívolos; o la sacralidad del ballet como arte universal que exige renuncia y dedicación, expresados a partir de la metáfora alegórica al Cristo que aún crucificado se apropia del lenguaje de la danza, para revelarse ante el dolor y romper los límites del espacio terrenal.
Piloto descubrió el ballet desde la más temprana juventud, con sorpresa y abnegación. Hoy, después de 35 años en la plástica y en ocasión del 50 aniversario de la Compañía de ballet de Camagüey –de la cual siente orgullo de ser fundador–, devela para nosotros, por primera vez, algunas de sus más preciadas memorias, dándonos licencia con sus obras plásticas para escudriñar su historia como bailarín, palpitar con él, y conducirnos también por su singular testimonio de vida: gente sencilla, de raíces rurales y obreras, hombre de espíritu revolucionario y creativo, que se regodea en su origen cultural mestizo y que nos resume el arte de sus dos vidas de la forma más poética, fresca y natural:
“Yo pinto un cuadro y es como si estuviera haciendo un ´pas de deux´, como si estuviera haciendo una variación del ballet. Esa es mi vida. Y ahí aprendí. Yo pienso en el ballet, yo me levanto pensando en el ballet y me acuesto pensando en el ballet, en un paso de ballet. Porque el que ama lo que hace es para toda la vida. Aunque cambié las zapatillas por un juego de pinceles, yo amo el ballet.”
Con estas confidencias, el artista nos hace cómplices de sus dos grandes pasiones. Nos convida al agasajo de una Compañía que ha avivado la luz y la sensibilidad artísticas por medio siglo. ¡Larga vida al Ballet de Camagüey!
¡Enhorabuena, Alberto Piloto!
M. Sc. Daimí Ruíz Varela
Gestora de proyectos Fundación Caguayo.