Reinventar una historia, no ha sido nunca un acertijo para Moisés Finalé en sus más de tres décadas de carrera artística. Su obra se muestra fuertemente sincrética por el modo en que acumula y concilia diversas fuentes y referencias, que se yuxtaponen sin confrontación estética. En esas distintas procedencias se distingue un marcado predominio de signos de la cultura del continente negro, muchos de ellos provenientes de su propia colección de arte africano, que de alguna manera, son sus “libros” de cabecera.
Moisés sigue hurgando en los latones de basura en busca de nuevas materias. Se le ocurre que los papeles de techo que han quitado de las casas del Vedado, tienen, además de la huella de los años, la frescura de un abstracto en sí mismos, sin tocarlos, ya son un cuadro. Guarda el zinc que se ha oxidado, de la cerca de su casa de Cárdenas y nos deja, como Eliseo Diego; “el tiempo, todo el tiempo…”
Génesis e indagación constante; erosión continua y reavivación, constituyen los pares opuestos a partir de los cuales configura y desarrolla una rememoración morbosa de la propia historia. Así, el artista se presenta como el instrumento de la metamorfosis, capaz de restaurar el diálogo entre la civilización y la memoria; hace de la materia, y por tanto, de la materialidad de la pintura, el lugar donde se produce el tránsito de la idea a la obra.
En los cuadros de esta exposición, Moisés ha establecido un límite y va desde los senufos hasta las meninas, en esa amalgama de imágenes que ha ido acumulando desde el toque de los tambores de la ciudad portuaria en que nació; hasta perderse en las majestuosas columnas de Porro y Gottardi en su escuela de artes. Ha establecido un límite entre sus largas noches en el Sena y el ruido del malecón de La Habana… El tiempo se convierte en parte de su obra y ya no en sentido metafórico, sino real, como ilustran los diez paneles que ha situado en la galería y que irá “construyendo” con la ayuda de otras manos.
Pese a todo, Finalé reconoce la posibilidad de la poesía entre la devastación, al escribir los títulos de los cuadros sobre esa espesa amalgama de asfalto, fuego, metales corroídos, yute, cera de abejas, y acrílico con la que trabaja esta serie. Quizás este “sitio en construcción” esté inspirado en una visita memorable al Centro Pompidou, de París, en 2015, donde Moisés encontró, lado a lado, a dos de sus artistas de referencia: Anselm Kiefer y Wifredo Lam. Las ruinas son un concepto fundamental en la obra de Kiefer. Lo son como motivo pictórico, pero también en su propia forma de pintar, marcada por una tensión constante entre la creación y la destrucción. Kiefer clava cuchillos y machetes en sus lienzos y luego les arroja arena, resinas, plomo, como si estuviera librando un combate cuerpo a cuerpo contra el cuadro. Moisés, como él, se enmaraña con collages de materiales, incitando a otro diálogo, se enfrenta a nuevos ingredientes en compañía de máscaras y fetiches que lo aproximan a ciertos motivos de Wifredo Lam, cuyas obras le provocan inquietud. Estudia las formas austeras y la simplificación figurativa de las esculturas africanas. Engendra composiciones elementales desprovistas de toda referencia anecdótica o circunstancial, de una capacidad simbólica acentuada tanto por el poder de síntesis de la imagen como por las profundidades arquetípicas asimiladas de lo “primitivo”.
Pese a todo, Finalé reconoce la posibilidad de la poesía entre la devastación, al escribir los títulos de los cuadros sobre esa espesa amalgama de asfalto, fuego, metales corroídos, yute, cera de abejas, y acrílico con la que trabaja esta serie. Quizás este “sitio en construcción” esté inspirado en una visita memorable al Centro Pompidou, de París, en 2015, donde Moisés encontró, lado a lado, a dos de sus artistas de referencia: Anselm Kiefer y Wifredo Lam. Las ruinas son un concepto fundamental en la obra de Kiefer. Lo son como motivo pictórico, pero también en su propia forma de pintar, marcada por una tensión constante entre la creación y la destrucción. Kiefer clava cuchillos y machetes en sus lienzos y luego les arroja arena, resinas, plomo, como si estuviera librando un combate cuerpo a cuerpo contra el cuadro. Moisés, como él, se enmaraña con collages de materiales, incitando a otro diálogo, se enfrenta a nuevos ingredientes en compañía de máscaras y fetiches que lo aproximan a ciertos motivos de Wifredo Lam, cuyas obras le provocan inquietud. Estudia las formas austeras y la simplificación figurativa de las esculturas africanas. Engendra composiciones elementales desprovistas de toda referencia anecdótica o circunstancial, de una capacidad simbólica acentuada tanto por el poder de síntesis de la imagen como por las profundidades arquetípicas asimiladas de lo “primitivo”.
Hoy, Moisés Finalé sigue el viaje en busca de sus esencias. Y qué mejor sitio que una nave, sin pretensiones ni preciosismos, para construir una obra monumental de diez metros durante estos días, en que se olvida de la paleta y del pincel, reinventa su propio teatro, y refuerza en cierto sentido, el grupo de yuxtaposiciones ambiguas de la adoración ritual con el espacio cotidiano; mientras cose, pega, mancha y perfila este “sitio en construcción” que convierte en su inconfundible taller; un rincón que conmueve por su grandeza, por lo ilimitado del universo, por su misterio estremecedor.
Yamilé Tabío
En La Habana de Bienal, febrero y 2019